Los dias previos (II)

Si quieren que me acojone aún más de lo que estoy, lo están consiguiendo. Odio mi cerebro. Odio esta tremenda capacidad mía de autosugestión.

Primer paso: Vacunarse.
Haceos a la idea. Yo, sentada frente al médico más majo del universo, intentando hacerle entender que está frente a una persona que no ha planeado absolutamente nada. Estoy dispuesta a hablar, pero solo consigo balbucear algunas frases inconexas sin ningún sentido. Me voy por las ramas. A él no le interesa en absoluto llegar al meollo de dicha incapacidad decisoria. Pero hace ya varios minutos que me he puesto a hablar sobre mis fascinantes cualidades dramáticas y que puede que ésa sea la raíz de todo el problema. Yo ya me había acomodado en la camilla como si aquello fuera la consulta del psicólogo. Pero qué queréis, era una de esas personas con las que te sientes a gusto, en confianza. Aunque, como es lógico, me pide amablemente que pare. Sólo quiere saber qué recorrido voy a hacer, las condiciones higiénicas de los alojamientos en los que pienso dormir y cuánto tiempo voy a estar en cada sitio. Armándose de una paciencia infinita, va recorriendo con su dedo el “itinerario planeado” en un mapa gigante que tiene colgado en la pared.

Empiezas en Brasil… bien. Subes por la costa nordeste hasta llegar a Belem. Ahí te embarcas en un barquito que cruza el Amazonas y llegas a Perú. Entonces bajas a Bolivia y luego al Norte de Argentina. Buenos Aires y vuelta a Sao Paulo para coger el avión de regreso.

Yo asiento con la cabeza intentando aparentar cierta seguridad. El doctor suspira, no sé si de alivio porque hemos llegado a una especie de conclusión tras cuarenta y cinco minutos de charla o de preocupación por mi absoluta torpeza para afrontar un viaje de estas características. Comienza a sacar folletos y papeles varios. Muy bien, tengo que ponerme todas las vacunas conocidas por el hombre. Me explica los efectos secundarios de cada una de ellas… perfecto, nada que no pueda sobrellevar. Hasta que llega a la malaria… ¿Tu familia tiene antecedentes psiquiátricos? ¡Por el amor de jesucristo! qué pregunta, no sé qué responder. Él continúa: bien, es posible que cuando empieces a tomar la medicación tengas pesadillas, es normal. (Mierda, mierda, mierda… lo que me faltaba). Pero si tras varias noches sigues con pesadillas y comienzas a tener alucinaciones, entonces deja de tomarlas y ve al médico a que te recete doxiciclina. (Mierdaaaaa, así hasta el infinito). Viendo que no reaccionaba, insiste en que intente aguantar los efectos secundarios como pueda, es importante no dejar el tratamiento. Abandono la consulta del médico con dos tiritas y una patente conmoción cerebral. Y encima el brazo de las fiebres tifoideas empieza a picar. Conclusión: voy a volver loca de Sudamérica. Ok, vale, de acuerdo.

Segundo paso: El seguro de viaje.
Cuando más o menos lo tengo asumido y las piernas han dejado de temblar, me dispongo a mirar varios seguros de viaje por si han de internarme en un manicomio hasta que mi familia pueda tramitar mi vuelta. No quiero volver arruinada además de merilotas perdida.
Elijo uno entre varios. Veamos qué cubre: retraso y abandono del viaje… bien. Pérdida de equipaje y documentos, estupendo (voy recuperando la confianza perdida). Deportes de aventura, distintas prestaciones por hospitalización, me gusta... me gusta hasta que llego a la letra “s”… “s” de secuestro. Su puñetera madre una y mil veces… han vuelto las taquicardias. Necesito desesperadamente tomar un café. Llamo a la Pedra y a Yoyó. Entre los tres intentamos poner un poco de orden a la ruta. Ninguno de los dos ve claro mi plan. Lógico. Tras dibujar en una servilleta un mapa más o menos fiel del continente, comenzamos a establecer itinerarios alternativos hasta que ya no somos capaces de ver absolutamente nada entre tanto rayajo. Decidimos hacernos con un atlas e Internet. Tras varias discusiones logran convencerme de que es una pérdida de tiempo pasar dos semanas del viaje por el Amazonas y que es mejor coger un vuelo interno. Me marcho contenta a mi casa, feliz de haber atado algunos cabos. Pero al meterme en la cama me doy cuenta de que ahora, al haber cambiado el itinerario, ya no sé cuándo tengo que empezar a tomar la medicación de la malaria ni tampoco consigo recordar cuáles eran las zonas de riesgo. ¡Joder! Voy a tener que volver a visitar al psicólogo para que me lo explique de nuevo.